miércoles, 26 de agosto de 2009

Historias II

Se ponía sentimental y se iba a correr para calmarse. La respiración acelerada, el corazón saliéndosele del pecho, sudor en las manos, axilas, frente, espalda baja, la ponían en un estado de excitación que no podía describir. Era como un orgasmo, si hubiese conocido alguno. Era, claro, todavía muy joven para eso. Paraba cuando creía desmayarse. Dolor. Se tiraba entonces a un lado de la carretera, revolcándose de malestares ocasionados por un cuerpo no acostumbrado a esas afanosas demandas. Se movía y estiraba para sacar los gases del estomago, para sosegar sus músculos endurecidos e hinchados, para calmar los deseos de vomitar el almuerzo. Vómito. Sabía primero a papas y té; al final a ácidos. La próxima vez no correría así de fuerte. Se iba a morir de la asfixia. No soplaba la brisa, y había un silencio inusual para esos días de verano. Sofocación. Era lo único que la liberaba de la melancolía y del dolor del alma. Dolía eso, la soledad. No entendía que era en ese tiempo, pero sabía lo que se sentía la falta de amor. Para los románticos que viven sin amor, la vida es una constante espera. Espera para que llegue el líquido que llene el alma, espera para que el murmullo de la pasión calme los rabiosos y vorágines sentidos.

Al día siguiente se levantaba y le daba otro arranque de melancolía. A la mierda el amor de los demás. ¿Por qué dejo que me afecte, entonces? Que no es tu vida, coño. No tiene nada que ver con ella. Tú eres diferente. Para ti, otra cosa. Se miraba al espejo, se tiraba el pelo para un lado, para el otro. Se mordía los labios. Se miraba a los ojos. A la mierda todo. Estiro, respiro, uno dos tres. Vuelvo a estirar y respirar. No puedo con esto.

Tiró la puerta y se fue a correr. El viento seguía meciendo la puerta que se volvía a abrir y cerrar. Las hojas de las palmas rozaban unas con otras y a lo lejos se escuchaba el mar. Respiración, sudor. Calor punzante en los músculos de las piernas. Mejor. Se olvidaba de todo. Podía con esto. Podía seguir subiendo. Su vida le pertenecía. Miró hacia arriba. Todo estaba en armonía, en paz. Respiró. Ese día, ya no le dolía nada.

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