martes, 25 de agosto de 2009

Histoires

“Vivir sin amor es como vivir sin aire”- le dijo la vieja Inés a María Emiliana mientras le tomaba las últimas puntadas a la cortina esmeralda que pondría en su cuarto. Hacía calor. El sudor de ambas corría por sus pieles acarameladas y les mojaba los cabellos de la frente y encima de las orejas. El sol se colaba por las ventanas, dividiendo el suelo y las paredes de la sala en franjas oscuras y asoleadas. El pequeño abanico de la esquina hacía más ruido de lo que refrescaba; llevaba años allí, María Emiliana lo había recordado siempre. Pensó que sonaba como a canción eso, a poema. Le gustó. Su abuela siempre le decía cosas bien bonitas. Cuando era pequeña, a Inés le gustaba que Emiliana le leyera los cuentitos de la escuela. Después, mientras fue creciendo, la ya no tan niña le leía las novelas que le mandaban a leer en la clase de español. Era mejor, lo hacía todo de una vez. Complacía a su abuelita y leía todo para los exámenes. A veces se sorprendía cuando la abuela le preguntaba, de forma muy seria, las descripciones de los personajes, los lugares, quién había dicho que cosa. La abuela se vivía esas historias como si tuvieran que ver con ella, especialmente si eran de viajes y amor.

-“¿Y de dónde son Mercedes y Edmundo, nena?”
- “Pues de Marsella, en Francia, abuela. Imagínate como será ir allá. Ay abu, ¡Francia!”

Vivir sin amor…. -“Pero abuela, yo no estoy enamorada”.

-“Nena, claro que lo estás. Lo que pasa es que aún no lo has conocido. El día que lo conozcas, te darás cuenta que el tiempo pasado en realidad nunca existió, porque en este momento no existe, el pasado nunca existe. Existes ahora. No lo conoces pero lo tienes. Tu vida siempre ha tenido amor. Lo has tenido y siempre lo tendrás. No te olvides de mí, oye. ¡Vas a estar tan envuelta que te vas a olvidar de esta pobre vieja! Pero no te culpo, no. Así son los amores de los jóvenes. Así me pasó a mí, y cuando se me tenía que ir, sentía que no podía respirar. Acuérdate de lo que te digo, nena. Pero ya, olvídate de eso. Sigue leyendo, que me parece que algo malo le va a pasar al Edmundito con ese Danglars!”

Emiliana leyó unas cuantas páginas más y se levantó para despedirse de su abuela. Ya era tarde. La volvería a ver pronto, en dos días, quizás. Este libro sí que era grande. La abuela siempre con sus cuentos, siempre adivinaba los problemas y los finales. Parecería que ya los hubiese leído todos. Pero obviamente la literatura que conocía era gracias a ella. O quizás, pensó, todas las historias de alguna forma u otra se repiten. Quizás, ya en su larga vida, hubiese escuchado todas las historias que hay por conocer. ¿Sería eso posible?

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